Este retrato de la reconocida bailarina Martha Graham fue capturada por la fotógrafa Imogen Cunningham en 1931. La misma se trata de una toma directa, no intervenida, capturada con una cámara fílmica, pues fue tomada antes de la aparición del sensor digital como material sensible, de gran formato (lo más probable que fuera de 8x10 pulgadas) con un lente normal (50mm) y teniendo a Graham cerca de la cámara, como se puede distinguir por la falta de deformaciones en el rostro de Graham que aparecieran en el caso de un lente gran angular, y con un diafragma lo más cerrado posible,tanto por la impresionante nitidez de la imagen y por tratarse de una de las fundadoras del movimiento f/64, y por ende con una baja velocidad de obturación por el bien de la correcta exposición del sujeto. Esa cámara fue puesta a una altura y un ángulo normal, es decir a la altura de los ojos y con una angulación paralela al piso
Su iluminación fue lograda a través de la iluminación artificial, al tratarse de un interior de una naturaleza oscura, con una luz principal blanca, dura, frontal derecha y desde arriba, distinguible gracias a las sombras generadas en el lado izquierdo inferior de su rostro y debajo de sus brazos, en ambos casos siendo duras y muy definidas, además del ligero resplandor en el cabello de Graham. El retrato parecería disponer de una única fuente de luz, ya que el alto contraste entre las zonas iluminadas y las zonas en sombra en su rostro supone la falta de una luz de relleno, el fondo siendo un abismo negro indica la carencia de una luz de fondo, y la dificultad de distinguir a la figura de Martha Graham del fondo negro denota la falta de contraluz. Por lo tanto, la planta de esta fotografía sería similar a esto
Es difícil asumir cómo este momento específico fue capturado. Fue producto de un encuentro entre ambas mujeres cuando se encontraban en los apogeos de sus distintas vocaciones, la fotografía en caso de Cunningham y la danza en caso de Graham, encuentro del cual salieron 90 fotografías. Pero cómo saber qué produjo esta expresión de Graham, si fue una indicación de Cunningham para buscar la pose perfecta, si fue un momento de discomfort intencional a lo Avedon o si fue simplemente un momento fortuito donde la luz le molestó a Graham. Algo que es curioso de esta fotografía es que se trata de un primer plano donde sólo se ven las manos y la cara de una bailarina, cuyo atributo más importante es el control de su cuerpo, y más aún cuando se trata de una fotógrafa quien tenía como objeto recurrente las partes del cuerpo desnudo. A pesar de ello, se pueden ver los rasgos propios de la autora, no sólo en los aspectos técnicos antes mencionados sino también por la manera de capturar el rostro de la misma manera en que captura plantas o las partes del cuerpo, mostrando una realidad directa que no por ello quita su seducción. La pose y expresión capturados en la imagen son cautivantes, tanto por la antes mencionada seducción que logra plasmar Cunningham como por capturar un estado de decepción tan propio de la década de los 1930, marcado por una oscura depresión que podría ser vista casi literalmente en ese fondo que casi abraza a Graham.
Dejando los tecnicismos y contextos a un lado, este es un retrato que incluso ignorando su historia de trasfondo llega al espectador, lo sé porque yo desconocía a la persona retratada y aún así me encontraba atravesado por un punctum cuya causa aún no logro percatar. Tal vez sea por el juego de tratar de distinguir el fondo de la figura, tal vez sea por su expresión poco común pero aún así ligada a un estado identificable, tal vez sea por el juego de luces y sombras que le da una forma peculiar a su rostro. Lo importante es que me obliga a hacer preguntas, me deja pensando en ella, rasgo que, como lo dijo el profesor Gabriel Valansi, distingue a un retrato de una “foto de”.